VIEJAS y CHACHAS


Preguntaba por qué lloraban y me respondían que no lo hacían, a pesar de que observaba sus ojos rojos y lagrimeantes. No querían reconocer que la causa era el serial radiofónico que escuchaban todas las tardes, de lunes a viernes. Solían reírse de esta situación descalificándolos: "son novelas para chachas", decían.
Cuando estos seriales desaparecieron de la parrilla de la radio, nadie sintió su óbito, al menos aparentemente. Era la época de la Transición, la misma que había hecho también desaparecer, al menos de forma temporal, los otros hobbies hispánicos: el futbol, los toros y las folklóricas. A ese periodo debería haberse llamado el Septenio de las Luces, los años que abarcan desde la muerte de Franco a la llegada del primer gobierno socialista. Son los años en que el pueblo español hizo un curso acelerado sobre política y sexo.
La necesidad que tenían las fuerzas vivas de entonces, las que habían apostado porque España fuera un país democrático, de que el ciudadano estuviera a la altura, hizo que todos los resortes de propaganda del Estado se pusieran en marcha: había que cambiar la mentalidad del vulgo. La radio pública -la única de entonces- y, sobre todo, la televisión -la única de entonces-, fueron los cruceros acorazados de esta nueva estrategia. La mayoría de los programas comienzan a utilizar un nuevo lenguaje: se retrata al español del campo o de la fábrica como un nuevo hombre, los entrevistadores se dirigen a él de forma culta y éste los replica de igual manera. Esto produce que en las tertulias, en el trabajo, en el bar, con los amigos, en la familia, se esfuerce uno a aparentar que se está informado: hay que demostrar que se es más culto que ese personaje entrevistado en plena campo o con el mono de trabajo y que utiliza palabras que, si no las conoce uno o no las utiliza, llega a ser pecado mortal o incluso algo peor. Son término del tipo: estructural, infraestructuras, coyuntural, consenso, moderación, demagogia, evidentemente… Se asiste al cine sin importar el título de la película, lo importante es el director, cualquier obra de Visconti, Passolini, Buñuel, Fassbinder, Bergman, es sacralizado y es de asistencia obligatoria. Lo mismo pasa con cualquier ciclo sobre cine húngaro, polaco, checoslovaco o birmano,…
Dentro de ese nuevo renacer, obviamente, hay excepciones. Hay cineastas que todavía tienen un buen número de seguidores. Sus obras tienen un enorme tirón entre un tipo de gente muy concreto. Se utiliza un calificativo peyorativo para denominarla: cine para viejos y viejas. Son el producto de la España analfabeta-funcional y/o ignorante. La práctica totalidad de este tipo de cine intenta caricaturizar a los nuevos políticos y a los cambios que se están produciendo en la sociedad española.
Ha nacido un nuevo habitante de patrio, un ciudadano que va a acompañar a los dirigentes a efectuar un cambio político, social, cultural, etc. En el país solamente se habla de política, cualquier sitio es bueno para ella. El español se convierte en un animal político.
Transcurren los años y, ya gobernando el PSOE, empieza a decaer la altura del listón que nos habían y habíamos impuesto. Se va dejando de hablar de política. Cada vez más.
Ya bien adentrados en los ochenta, la televisión pública se apunta a esa sensación que propaga el poder, de que es una pesadez hablar de política y lo importante es el ocio y el no complicarse la existencia. Aparecen los “culebrones” en horario de máxima audiencia, aprovechando el tirón que tiene el Telediario del mediodía. A la finalización del informativo, se confecciona un magazín en que el conductor del programa invita a personajes de todos los ámbitos (catedráticos, filósofos, políticos, periodistas, incluso un Novel español). Se comienza a trivializar sobre la cultura. Un claro ejemplo es el del decano de una universidad madrileña que comenta que habitualmente sigue este tipo de telenovelas por televisión y que obliga a su secretaria a grabarlas cuando no puede verlas. Es el comienzo del fin. La gente ya no ve mal el no culturizarse. Las “chachas y las viejas”, seguidoras en potencia de los antiguos seriales radiofónicos y de las películas "fáciles”, se adueñan de la televisión. El director de programación de TVE, Ramón Colom, llega a autojustificarse diciendo que él “no es responsable de las carencias milenarias culturales de los españoles”. El Gobierno socialista deja hacer. Habiendo tenido la oportunidad de seguir cambiando la mentalidad española -recuérdese de donde veníamos-, no lo hace. Quizás esperanzado de que el español va a seguir votándolo de memoria, lo mejor es no complicarles la vida. La situación política no es esperanzadora para los ideales del PSOE y su tentación de convertirse en un partido priista: salida de España de la OTAN, financiación publica de los colegios de órdenes religiosas, creación de las ETT, reverencia de un Presidente socialista al Papa, llegada de los neoliberales de Solchaga ("lo importante no es color, sino que el gato caze ratones)… Son 14 años desperdiciados en lo cultural. Todo esto se convirtió en un arma de doble filo que se volvió hacia los dirigentes socialistas: el PP, ya refundado después de numerosos fracasos electorales denominados “techos de Fraga”, que le habían llevado, incluso a que la banca y la patronal le recortara el crédito, desea el poder a toda costa y lo quiere conseguir sea como sea. El nuevo dirigente de este partido avisa que ningún resquicio del poder, incluso el tema del terrorismo, va a quedar fuera de la lucha electoral. El PSOE va a necesitar un esfuerzo intelectual de la población para que entienda la estrategia del “todo vale” del partido derechista. No lo consigue. La mayoría de los españoles, que “se complicaban la existencia”, ya no es mayoría como años antes y están defraudados con “el cambio” que propugnaba el PSOE en 1.982.
Parejo a todo esto, habían nacido las televisiones privadas. Su programación se basa en el entretenimiento puro y duro. Comienzan a aparecer empresas que realizan estudios de mercado y así captar a los anunciantes. La búsqueda de optimización de beneficios hace que establezcan su programación sobre la base de los que ven más televisión: mujeres mayores de 50 años, poblaciones menores de 5.000 habitantes, jubilados y pensionistas. La televisión se hace para ellos.
Vuelve el futbol de la mano de la estética de los hooligans y decae el baloncesto, deporte que lo había suplido. Regresan los toros con la ayuda de la televisión pública que retransmite, incluso repitiendo, las corridas que han tenido éxito. Gente progresista, desencantada por la política llevada a cabo por el PSOE (son los izquierdistas-de-toda-la-vida-dolidos-con-los-socialistas) empiezan a reivindicar aquello que defenestraban (futbol y toros). Las folklóricas salen del baúl: habían sido modelo de su generación y lo vuelven a ser treinta y pico años después normalizando el lenguaje de los patanes.
La caida del intelecto del español se puede corroborar en las frases hechas que puedes escuchar a cualquier hora del día:
-En relación a los políticos: “mismos perros con distintos collares”, “sólo miran por sus bolsillos”, “todos son lo mismo”, “ya no hay derechas ni izquierdas”…,
-Lectura: “no tengo tiempo”, “los libros están muy caros”, “llego a casa muy cansado”, “los periódicos siempre dicen lo mismo”…,
-Televisión (programas de debate o telediarios): “no tengo tiempo”, “los telediarios solo muestran desgracias”, “a esa hora estoy cenando”…,
-Televisión (realities show): “estaba haciendo zapping y por casualidad lo vi”, “veo Gran Hermano pero no me gusta”…,
-Televisión (Digital+ o la televisión de calidad): “no me gusta pagar por ver televisión”, “es que casi no veo televisión”, “es que no me gustan que mis hijos vean tanta televisión”, “es que leo mucho”…,
Así es como nos convertimos en los europeos occidentales más ignorantes. Todos los países de nuestro alrededor, a excepción de Portugal, han tenido la oportunidad, la hayan aprovechado o no, de poder leer cualquier libro desde 1.945, treinta años más que nosotros.
Después nos preguntamos como es que en España es el único país que existe la “prensa del corazón”.
Al final, estamos a un paso de convertirnos en “viejas y chachas”.
No podemos desesperar, siempre nos queda el exilio.

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